Los Beatles se separaron a tiempo

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Esta es una pregunta que cualquier amante de la música se habrá formulado alguna vez: ¿qué hubiesen hecho los Beatles si la banda no se hubiese disuelto? Sabemos lo que hicieron sus componentes por separado, pero ¿nos hemos perdido canciones mágicas que se quedaron por nacer? ¿Hasta dónde podía llegar su inspiración cuando estaban juntos en un estudio? Quién no hubiese querido otro disco de los Beatles, claro.

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Aunque estas preguntas son el resultado de un anhelo poco realista. No estaban destinados a durar. Quizá por saber que el mundo entero los estaba observando cada vez que editaban un nuevo disco, eran muy conscientes de la imagen que proyectaban como entidad musical. No me cabe duda de que, sobre el papel y en cuanto a estilo, hubiesen encajado también en los setenta y sin problemas, pero cuando los miembros de un grupo están hasta las narices es difícil que el nivel de creatividad se mantenga. ¿Hicieron todo lo que tenían que hacer? ¿Podrían haber hecho más? Creo que no.
En sus once años de existencia los Beatles trabajaron a un ritmo que muy pocas bandas de rock han podido sostener. Incluso sus comienzos fueron frenéticos: entre 1960 y 1962 se dejaron la piel ofreciendo conciertos en garitos de mala muerte, dos o más veces por noche, tanto en Inglaterra como en Alemania. La fama no les trajo vacaciones: de 1963 hasta 1966 grabaron siete álbumes (¡siete!), a la vez que se embarcaban en agotadoras giras.
De entre las bandas conocidas de los años recientes, ninguna se ha acercado ni de lejos a semejante productividad y menos con tan sostenido nivel de calidad. Es verdad que desde entonces y por el resto de su breve carrera no volvieron a girar, pero grabaron cinco discos más, algunos de ellos bastante complejos, en aquellos últimos cuatro años. En su andadura también tuvieron tiempo de protagonizar tres largometrajes y ponerle voces a un cuarto.

Con independencia de que le gusten a usted o no los Beatles, tendrá que reconocer que el 99% de los artistas actuales se hundirían con semejante carga de trabajo. Lo hacían todo con todo el planeta pendiente de cada uno de sus pasos, así que no resulta extraño que la tensión se acumulase hasta hacerlos detestar la rutina en la que se habían metido. Hacia 1968, cuando grabaron el famoso «álbum blanco», ya estaban hartos los unos de los otros. Después de aquel ambicioso disco, como ya no hacían giras ni tampoco necesitaban más dinero, la motivación para continuar se reducía a la costumbre. Afrontaron de tan mala gana la grabación de la banda sonora de la película Yellow Submarine que del resultante disco doble casi una mitad estaba ocupada por piezas orquestales compuestas por su productor, George Martin. Tal vez el resto del mundo les amaba, pero los Beatles estaban asqueados de ser los Beatles.
Como sabemos, la situación se enrareció todavía más cuando una antigua ley no escrita, la de no llevar a sus parejas a los ensayos o sesiones de grabación, empezó a ser quebrantada por John Lennon, que se presentaba con su nueva e inextricable novia, la artista japonesa Yoko Ono. No voy a repetir el tópico de que Yoko Ono fue la principal responsable de la ruptura de los Beatles, porque eso es sencillamente una estupidez. Incluso aunque ella no hubiese existido, la banda estaba condenada a desaparecer. Eso sí, también cabe decir que si conocen ustedes de cerca a algún grupo musical, aunque sea de su barrio, intuirán que la presencia invasiva de Yoko difícilmente podía contribuir a suavizar el ambiente.
En 1968 el resto del mundo quizá no lo preveía, pero dentro del grupo ya notaban que el fin estaba en la lontananza. Como digo, una de las facetas más admirables de los Beatles era la consciencia de su propia leyenda, e inmersos en aquella vorágine de popularidad demostraron tener una sorprendente percepción de su propia historia y cómo debían cerrarla. Digo sorprendente porque no es algo que se vea a menudo entre artistas con tanto éxito. Es decir, no me parece mal que los Rolling Stones hayan continuado si eso les hace felices, pero busquen cualquier lista de sus diez mejores discos y difícilmente encontrarán alguno posterior a los años setenta. Pienso que su último álbum en estudio realmente bueno fue Tattoo You, y ese fue publicado ¡en 1981! Led Zeppelin se separaron cuando murió su insustituible batería John Bonham, pero para entonces ya habían estado dando muestras de agotamiento creativo en estudio y de una muy irregular forma en directo.
Algo parecido pasó con The Who: también perdieron a un batería insustituible, Keith Moon, e intentaron seguir adelante. Pero ya era tarde, porque incluso antes de aquella trágica muerte el grupo ya daba muestras de que su creatividad estaba flaqueando. Eso sí, hay que decir que The Who sí mantuvieron todo su poder escénico hasta semanas antes de perder a Moon (¡ah!, cualquier excusa es buena para colar un enlace a esa actuación).
Pero bueno, son algunos ejemplos de algo que es normal en los grupos de rock, rara vez formados por gente de disciplina monástica. Las giras, las drogas, la presión, los roces de la convivencia, el cansancio… hay un montón de factores que limitan la etapa más brillante de esas bandas a cierto número de años. Pues bien, la prueba de que los Beatles se separaron a tiempo es que si llegaron a grabar una buena despedida (Abbey Road, aunque no fue publicado como tal despedida) fue porque pusieron la atención merecida en lo que sabían su última grabación. Su anterior intento casi había conseguido que el grupo saltase en pedazos.
Precisamente para evitarlo, fue Paul McCartney quien tuvo la idea de grabar un disco que los llevase de nuevo a sus raíces: el rock ‘n’ roll. Pensó que aquello podría elevar el espíritu de la banda y devolverlos a donde años atrás habían pertenecido: los escenarios. Por entonces llevaban años componiendo y grabando piezas complejas, enriquecidas por las aportaciones de George Martin, pero que en muchos casos no hubiesen podido tocar en directo de haberlo pretendido, al menos no sin contratar a otros músicos, cosa que por entonces no se estilaba demasiado en una banda famosa.
 Cierto, el mundo estaba cada vez más fascinado con la genialidad de su música: críticos, intelectuales y no digamos otros músicos analizaban con suma atención todo lo que publicaban, pero ellos mismos se sentían alienados. Además, el sector más rockero del grupo (Lennon, básicamente) empezaba a estar harto de refinamientos.
Durante una grabación, cuando George Martin estaba maquinando alguno de sus arreglos grandilocuentes, Lennon resumió su opinión con una frase lapidaria: «esto no me parece muy rock ‘n’ roll». Pues bien, la idea de McCartney era retornar a lo básico, a ellos cuatro haciendo música con sus instrumentos… y poco más. El volver a hacer las cosas de manera natural les permitiría plantearse volver a hacer giras.
Desde que se hicieran famosos los Beatles no habían tenido apenas ocasión de disfrutar sus propios directos. Convertidos en la primera super banda de estadios, la tecnología sonora y los equipos de producción todavía no estaban preparados para recintos tan enormes, amén del consabido hecho de que los chillidos de las fans femeninas eran tan atronadores que los Beatles acostumbraban a tocar casi sin escucharse, y aquellas fans son la principal causa de que no tengamos apenas grabaciones audibles de sus conciertos durante sus mejores años de directo.
Las raras veces en que disfrutaron de un sistema de monitores acústicos sobre el escenario, como sucedió en algunos conciertos estadounidenses, demostraron que eran una fantástica banda en vivo, sólida como una roca. Hasta cuando cantaba Ringo (magnífico batería, pobre vocalista), como podemos comprobar, más o menos, en las endebles grabaciones contemporáneas:
Así que cada cual a su manera, tanto McCartney como Lennon, que eran los que cortaban el bacalao en la banda, miraban con añoranza aquellos tiempos en que eran cuatro tipos tocando canciones sencillas en un escenario. Habían sido buenos en eso. ¿Qué tal hacer una nueva gira, ahora que, presumiblemente, el público les escucharía en vez de gritar como descosidos? El proyecto propuesto por McCartney fue tomando forma cuando se plantearon grabar un documental del proceso de creación de ese nuevo disco que sobre el papel tenía que ser más rockero, ya que lo grabarían prácticamente como en un directo, con pocos añadidos más que un teclado. Aquel documental, emitido en televisión, podría servir para anunciar una nueva gira.
Si tenían alguna duda sobre si aquel era el camino a seguir, del otro lado del Atlántico les llegó la confirmación de que podían estar en la buena dirección: a finales de 1968 la televisión estadounidense emitió un espectacular programa especial que debía servir para publicitar el retorno de Elvis Presley a los escenarios. Funcionó, porque mostró a un Elvis que, pese a haber estado perdiendo el tiempo en Hollywood, seguía en gran forma y tenía incluso más carisma escénico que en sus inicios.
El triunfo de Elvis con aquel programa marcaba el camino a seguir. Así que los Beatles, al principio, se tomaron el asunto con la actitud correcta. De hecho estuvieron a punto de convertirse en algo así como la primera banda punk… ¿Recuerdan ustedes la canción «Get Back» y su estribillo, «Vuelve a donde una vez perteneciste»? Pues bien, en su versión original era una afilada ironía sobre los políticos conservadores británicos y la política contraria a la inmigración. Lo de «get back where you once belonged» hablaba nada menos que de los extranjeros; aquella versión original hoy es conocida por una de las frases que McCartney pronuncia en el tema: «No Pakistanis». Y bueno, no me negarán que sabiendo esto la canción obtiene toda una nueva dimensión:
No se atrevieron a grabarla con esa letra, claro. Y con buen criterio, porque si aún hoy la gente duda de si los Beatles eran unos xenófobos de incógnito, imaginen el escándalo que hubiese provocado en aquella época. Como suele decirse, la ironía no funciona en la radio. Y tampoco necesitaban demostrar que podían grabar temas cafres con espíritu gamberro (total, ya habían editado «Helter Skelter»). Pero lo cierto es que después de aquellos jugueteos iniciales la diversión duró poco. La mayor parte de los días de ensayos pudieron comprobar que la antigua química en vivo había desaparecido después de varios años sin pisar juntos un escenario. Además, las tensiones y el mal rollo no tardaron en reaparecer.
 También reapareció Yoko Ono, que no se despegaba de Lennon ni con agua caliente; por lo demás, ambos andaban también pegados a la heroína. Los ensayos transcurrían en un ambiente de caótica dejadez. Las discusiones eran frecuentes y el sonido no era bueno. El habitualmente pacífico George Harrison, hasta las narices de las peleas de ego entre Lennon y McCartney, amenazaba constantemente con dejar el grupo y estuvo a punto de hacerlo cuando abandonó los ensayos, en principio para no volver. La cosa estaba tan desestructurada que John Lennon, todo sensibilidad como de costumbre, propuso fichar a Eric Clapton en su lugar (al final consiguieron convencer a Harrison para que retornase).
Mientras sucedía este tipo de cosas, Ringo Starr contemplaba el panorama con expresión escéptica. Todo esto pudo verse más tarde en el atroz documental Let It Be, una película fallida que en otras manos pudo haber sido uno de los documentales definitivos del siglo XX, pero que terminó siendo una oportunidad perdida. Con todo, aunque se quede corta para lo que podría haber ofrecido, la película Let It Be es la única manera de echar un vistazo —convenientemente recortado, claro— a la dinámica interna del grupo por entonces. Y, la verdad, el panorama era desolador.
Vemos a unos Beatles con caras largas ensayando de mala manera algunos nuevos temas, y con mejor cara —pero no mucha mejor compenetración— algunas versiones de sus ídolos adolescentes, mientras Yoko Ono vigila con mirada vidriosa y el genial Billy Preston, con toda su buena voluntad y una sonrisa inexplicablemente perenne, intenta desde su teclado extraer algo de diversión del hecho sin duda excepcional de estar ejerciendo como quinto Beatle.
Comprobamos que los Beatles estaban fuera de forma y no se parecían ni remotamente a la gran banda de directo que habían sido años atrás. Eso sí, rescataban parte de su antiguo poder, al menos por un momento, para no decepcionar en el famoso concierto que dieron sobre el tejado de la sede de Apple, que fue imperfecto, pero convincente y por momentos incluso mágico. No hace falta decir que Preston ayudó a elevar el resultado (¡ese tipo hacía verdadera magia con su teclado!), pero la manera en que se crecían en vivo casi hace olvidar el suplicio en que se había convertido la grabación de aquellas mismas canciones:
Así que ya antes de que el mundo viese este documental, los Beatles tuvieron claro que el experimento de retornar a las raíces no había funcionado. Es decir, de aquellas sesiones salieron varios temas con vocación de clásico, claro, porque eran los Beatles, su época más gloriosa aún estaba muy cercana (tan cercana que desde fuera resultaba imposible decir que ya había terminado) y su apoteósica creatividad todavía no se había extinguido. Pero aquello que McCartney había pretendido conseguir, una resurrección del espíritu original de la banda, nunca llegó a suceder. No estaban preparados para una gira, ni les quedaban demasiadas ganas de volver a pisar los escenarios juntos después de aquellos infernales ensayos y grabaciones en donde el sonido había sido malo y el ambiente todavía peor.
El álbum resultante quedó abortado y estuvo a punto de no ver la luz jamás. En cuanto al documental, la televisión nunca llegó a emitirlo. Sí se estrenó más tarde en cine, cuando ya la separación era inevitable, aunque hoy sigo preguntándome cómo permitieron que viese la luz; supongo que sencillamente ya les importaba un pìmiento y pensaban en sacarle algún dinero extra. Porque, si exceptuamos el concierto del tejado, el resto del film muestra un grupo agotado y en un mal estado de forma que llega a ser embarazoso en algunas secuencias.
Aquel fue el primer momento en que los Beatles pudieron haberlo dejado. Y creo que lo hubiesen hecho si el resultado de las sesiones del Let It Be no les hubiese espantado, sobre todo a Lennon, que lo calificó como «un pedazo de mierda mal grabado». Insisto, las canciones eran buenas, pero no cumplían los estándares de sonido que ellos mismos se habían propuesto mantener. Entre tanto, decidieron retornar con su antiguo productor George Martin y grabar otro disco que, esta vez sí, fuese una despedida decente. Esto era lo que mostraba la buena percepción musical que demostraron, más en un nivel de popularidad y prestigio que suele nublar las mentes de casi todos los músicos de éxito. George Martin les entendía y les dio un sonido perfecto; tan perfecto, que algunos críticos desdeñaron el álbum por sonar demasiado artificial.
Pero bueno, en Abbey Road los Beatles volvieron a aportar canciones de primer nivel. Había varias a medio hacer, pero las unieron en un medley e incluso eso funcionó de maravilla. El disco, además, demostraba que como compositores no habían perdido toda su inspiración, ni mucho menos. Lennon estaba tendiendo más a un blues rock algo más oscuro, y McCartney se acercaba al rock progresivo, lo cual significaba que los Beatles se alejaban del formato más suave (si exceptuamos «Because» de Lennon). Eso sí, hablando de suavidad, George Harrison tomó el relevo en la composición de melodías inmortales y sorprendió al mundo con «Here Comes The Sun» y sobre todo con «Something», que tras ser publicada tardó bien poco en ser considerada una de las grandes canciones del siglo XX (artistas como Elvis Presley o Frank Sinatra no tardaron en añadirla a sus respectivos repertorios). 
Abbey Road, el último disco grabado por los Beatles, se publicó en septiembre de 1969. Fue un éxito enorme, como cualquier cosa de las que habían hecho, pero sobre todo era una despedida poderosa que convencía a los cuatro miembros del grupo. Aunque ninguno había dado el paso de marcharse, excepto las espantadas de Harrison, veían que la ruptura iba a ser cuestión de tiempo. Por descontado es un disco maravilloso, pero leyendo entre líneas se advierte que los Beatles no daban para más.
Por un lado está el hecho de que usaran, aunque muy bien, fragmentos de canciones por terminar, lo cual era señal inequívoca de que no las iban a reservar para otro álbum porque ya no habría otro álbum.
Por otro lado, como decía, los críticos de la época no dejaron de notar que estaba muy producido para emular la sensación de que los Beatles volvían a ser impecables tocando juntos. Y algo de eso había, porque precisamente lo que pretendían evitar era el irregular resultado de su disco anterior, que habían considerado fallido.
Eso sí, el disco anterior, el que había nacido con el título de Get Back, no estaba muerto todavía. Las canciones no eran malas, pero no conseguían obtener un disco que considerasen publicable. El grupo había estado reuniéndose para regrabar algunas de aquellas canciones, intentando encontrar el balance adecuado, pero seguían sin estar convencidos de que el resultado mereciese la pena. Como consecuencia, el desinterés era creciente. John Lennon ni siquiera acudió al estudio cuando volvieron a trabajar en «I Me Mine», el tema de Harrison. La banda estaba dejando de existir y sus miembros parecían ahora más ocupados en sus respectivas grabaciones en solitario. El último intento de rescatar aquel disco perdido fue entregárselo al legendario productor Phil Spector para que lo convirtiese en algo digno de comercializar. Esto fue sin duda iniciativa de Lennon, quien más lo admiraba; de hecho lo había contratado como productor de alguno de sus primeros singles en solitario, «Instant Karma», donde se reproducía el famoso «muro de sonido» catedralicio de Spector.
Aquella canción de Lennon había sido el resultado de un proceso similar al que los Beatles habían intentado sin éxito. Es decir, Lennon la había escrito y grabado en un solo día, para tenerla publicada menos de dos semanas después. Era la simplicidad y crudeza básica en la grabación (hoy puede oírse por ahí una versión no producida, que recuerda al sonido de los ensayos en el documental Let It Be) unida al tratamiento grandilocuente de Spector. La idea, supongo, era conseguir algo parecido para el disco abortado. De todos modos, a ninguno de ellos les importaba ya demasiado. Eso sí, cuando Phil Spector les presentó el resultado, las canciones estaban recubiertas de capas y capas de orquestación, algo que horrorizó a McCartney —y eso que era el más orquestal de los Beatles en su visión musical— pero que Lennon aprobó como una manera de rescatar el material. En cualquier caso, los Beatles ya habían dejado de existir, como McCartney anunció, poco antes de que el penúltimo disco que habían grabado se editase como su último álbum oficial, Let It Be. Poco después se estrenó el documental, que pese a su pésima calidad cinematográfica permitía que el público entendiese por qué los Beatles habían dejado de existir.
Así pues, Let It Be fue grabado de mala gana, publicado a destiempo y sin interés por parte de sus autores, y Abbey Road había sido un esfuerzo a la desesperada por rubricar una andadura de manera digna, aunque haciendo el trabajo justo. Pero queda la pregunta: ¿y si…? A fin de cuentas, tanto McCartney como Lennon escribieron algunas canciones grandiosas en los años inmediatamente posteriores a la disolución de los Beatles, y Harrison, sin llegar al mismo nivel, seguía componiendo cosas más que respetables.
El problema no era que su inspiración como compositores hubiese desaparecido, sino que no bastaba con escribir un puñado de canciones y grabarlas para tener otro disco de los Beatles. Al menos un disco digno de su herencia. Buena parte de la magia de la banda había consistido en que, aunque aportaban temas por separado, los habían trabajado juntos. Los arreglos propuestos por ellos cuatro, y por George Martin, habían elevado casi cada canción por encima de lo que hubiesen conseguido por separado. Además, la competición por destacarse dentro del grupo en una época en que los tres compositores de la banda estaban en estado de gracia, les había llevado a dar lo mejor de sí mismos. Pero aquella necesidad de competir en un entorno de creatividad compartida se había extinguido. No tenían ganas de trabajar juntos.
En otros grupos, la composición musical suele ser tarea de un único miembro, o de uno que predomina claramente sobre los demás. En The Who nadie rechistaba cuando Pete Townshend se presentaba con una canción, porque los discos de la banda eran básicamente su música más alguna aportación extra.
En los Kinks era Ray Davies quien aportaba el material, como John Fogerty en Creedence Clearwater Revival. En los Rolling Stones está el binomio Jagger-Richards porque Jagger escribe las letras, pero todos sabemos que la mayor parte de su mejor música la ha compuesto Keith Richards por su cuenta. En los Beatles, sin embargo, había dos titanes de la composición y un tercer compositor lo bastante bueno como para haber liderado su propio grupo. Sus respectivas visiones estaban destinadas a chocar, y chocaron.
Cuando Lennon fue asesinado en 1980, los antiguos roces apenas estaban empezando a resolverse y desde luego parecían muy lejos de considerar siquiera la idea de reunir a los Beatles para otro disco. En realidad, si no se hubiesen separado creo que hubiésemos asistido a una serie de álbumes mediocres con sus ocasionales perlas, en donde se hubiesen limitado a aportar algunos temas (quedándose los mejores para sus respectivos discos en solitario) y dejar que el resto del trabajo lo hiciese un productor por su cuenta, al modo de Let It Be. Pero claro, sin las canciones de Let It Be. Me cuesta mucho creer que en semejantes circunstancias no hubiésemos tenido que ignorar muchos discos de los Beatles, o bien dedicarles tibios elogios más por etiqueta que por convicción, como cada vez que los Stones publican nuevo material en estudio.
La música rock tiene apenas décadas de existencia, y de hecho varios de sus pioneros continúan con vida (Fats Domino, Chuck Berry, Little Richard, ¡todos de rodillas ante ellos!) pero ha sido una vida lo bastante larga e intensa en publicaciones como para que hoy sepamos ya que el periodo mágico de buena parte de sus artistas es breve. Eso no significa que no puedan publicar buenos discos en cualquier momento de sus vidas, pero, sinceramente, cuando repaso mentalmente la discografía de mis favoritos, casi todas sus obras maestras suelen concentrarse en un periodo que pocas veces supera una década. Y más si se trata de un grupo, con la dificultad añadida de tener que lidiar entre ellos a nivel interno. Pues bien, los Beatles tuvieron su década y no se me ocurre la manera en que podrían haber alargado su magia en el estudio. Eran una máquina que se había quedado sin combustible y cuya estructura se estaba desmoronando. Así que su final, que llegó a tiempo por los pelos, embellece su leyenda. Y esa es una de tantas cosas grandes acerca de aquel ente inigualable. Ya saben, incluso la mejor película puede terminar arruinada con media hora de mas. Así que, cuán idóneo para los Beatles que los Beatles dejasen de existir en 1970. Eso terminó de hacerlos inmortales.

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